El arte en el crimen: más que un telón de fondo
En la nueva serie de Hulu, ‘Culprits’, el arte abstracto no es solo parte del decorado, sino un elemento que despierta curiosidad desde los primeros episodios. Un encuentro inicial entre dos criminales aspirantes tiene lugar en una exposición de Rothko, y las conversaciones giran en torno a las obras del artista. Más adelante, un episodio nos guía a través de una sala repleta de impresionantes obras, desde Mondrian hasta Kandinsky. Aunque en esta ocasión no se discuten las pinturas, la elección de estos espacios en Londres para las reuniones sugiere un interés particular del creador de la serie, J Blakeson, que va más allá de lo incidental.
Una trama fragmentada y personajes que prometen
‘Culprits’ se presenta como un drama de atracos que, a pesar de contar con una narrativa fragmentada y algunos personajes interesantes, no logra sentirse completamente moderno ni coquetea con la abstracción. La serie, que se transmite como original de Disney+ o Star en gran parte del mundo, empieza con un ritmo ágil y un elenco fuerte, destacando a Nathan Stewart-Jarrett, conocido por ‘Misfits’ y ‘Generation’, quien interpreta a Joe, un hombre de familia que en realidad esconde un pasado criminal bajo el nombre de David. La trama se complica cuando, tres años después de un audaz robo, un asesino comienza a eliminar a los miembros del equipo de ladrones, forzándolos a reunirse para encontrar respuestas antes de que sea demasiado tarde.
Un final que no cumple las expectativas
A pesar de las actuaciones convincentes y momentos de tensión bien logrados, como una escena en la que Joe utiliza las cámaras de seguridad de su hogar para frustrar una invasión, la serie pierde fuerza a medida que avanza. Los últimos episodios se perciben planos y algo presuntuosos, y un giro abrupto en la trama no consigue la relevancia que los escritores probablemente esperaban. Aunque la serie intenta ser un drama de atracos a nivel global, y cuenta con una producción cuidada y un vestuario excepcional, no logra escapar de la sensación de que gran parte de la acción ocurre en rincones genéricos de Ontario, donde se filmó la mayoría de las escenas.
La pregunta que queda en el aire es si los espectadores se sentirán lo suficientemente involucrados después de cinco episodios como para mantener el entusiasmo hasta un final que no logra estar a la altura de las expectativas, sintiéndose más como una pintura infantil desordenada que como la obra de un maestro modernista.